SE LLAMABA JUAN, SIMPLEMENTE JUAN
San Ramón
Nonato
Ilustración de: Norma Teresa
Sánchez Forgione
Técnica: Dibujo en tinta sobre
papel- Medidas: 0,30 m. x 0,40m.
El golpeteo del aguacero en las ventanillas la distrajo de la
lectura y,a punto de pasarse de la Estación Devoto,bajó del trena los apurones.
Aliviada, ya en el kiosco de revistas preguntó por la parada del
colectivo 107.
-Cruce la calle y camine atravesando la plazoleta, ahí va a encontrar
la parada-le respondieron.
Cruzó extremando el paso pero
inútilmentepues ,tras acelerar, el colectivo ya se perdía de vista.Contrariada,se aproximó al refugio que,
efectivamente, anunciaba la parada del colectivo 107.
Allí la había precedido una mamá menuda, demacrada, morena,de
cabello ondulado y largo que lidiaba con
dos niños pequeños empecinados en correr a su alrededor.
-“A que no podés alcanzarme” -desafiaba el más pequeño.
-“¡No se ensucien,se van a
caer!”- recomendó la madreabatida.
El vértigo del juego fue increscendo hasta que, como era de esperar,
el más pequeño cayó y golpeó el mentón contra la vereda despareja.Obviamente,
comenzó a patalear descargando su ira contra la madre que se veía tentada a
darle un coscorrón.
El hecho es que, tan pronto como pasó el dolor, a las lágrimas le
sucedió la risa y, en pocos segundos, el juego circular se reinició con tanta
alegría como antes del porrazo.
De a ratos la madre los miraba ansiosa con el temor que se repitiera
la caída pero en otros momentos, casi ausente,fijaba la vista en el reflejo que
los duplicaba a todos en la vidriera del
comercio más próximo.
Con la llegada de otro tren,aumentaron los pasajeros en espera.
Finalmente, bajo lagarúa persistente,vieron aproximarse el colectivo. Con una
sonrisa ayudó a subir los niños mientras la mujer preguntaba: -“¿Éste me deja
bien en la cárcel de Devoto?”.
Ante la respuesta afirmativa se apresuró a sentar los niños
mientras ella,de pie, solicitaba:-“¿Puede
avisarme, por favor?”.
Le pareció que la pregunta de
la mujer le había permitido develar su
historia de vida. Sin duda, tras su porte juvenil se ocultaban el dolor, la
decepción y el preanuncio de la vejez anticipada. Sí, su aspecto era el de
alguien que, probablemente, llevaba varias noches insomne rumiando desesperanza
e intentando explicarse a sí misma lo inexplicable. Quizá -“Me hicieron la
cama” o “caí como un perejil”, haya sido todo lo que escuchó decir.
Esta vez, decidida a tomar
distancia de las ideas nefastas sacudió la cabeza como quien ahuyenta fantasmas
y,con la misma intención, comenzó a observar el interior del colectivo .
Y entonces,en la fugacidad
del instante, pensó que allí, apretujados, a la misma hora, viajaban
un sinnúmero de seres humanos con diferentes
historias de vida.
Grupos de adolescentes con
ropa de colegio y mochila se aislaban
del mundo hablando por celular; una mujer con jogging y zapatillas sonreía
ensimismada mientras escuchaba música en su walkman; en el asiento de atrás
dormitaban varios obreros de overol que
olían a sudor, grasa y aguarrás; una pareja se besaba apasionadamente; un hombre mayor leía su
diario; una madre amamantaba su niño.
El colectivo aminoró la
marcha y su atención se desplazó al exterior. A través de
la ventanilla descubrió jardines obsesivamente cuidados en contraste con
otros jardines agrestes y efímeras pasionarias violáceas de cara a la lluvia que
trepaban por rejas antiguas.
Un perro corría detrás de un
auto que lo abandonaba.
En medio de los bamboleos una señora mayor se desplazaba con cierta
dificultad.Con voz entrecortada
interrogó a la señora del walkman: –“¿Falta mucho para la iglesia de San
Ramón Nonato?”
La señora del walkman salió de su ensimismamiento, se quitó los
auriculares y la señora mayor tuvo que repetir la pregunta.
-“Tengo que cumplir una promesa…es por mi nieto que vengo…a mi
hija la balearon en un asalto…mi nietito
nació seismesino pero vivió gracias a San Ramón”-dijo jadeante.
-¡Ah! Le respondió asombrada.Miró en derredor y constató que esta
vez era a ella a quien hablaba.
-“El santo también vivió de
pura suerte”-continuó la mujer mientras se acercaba a la puerta.
-“Mataron la madre y a él lo
sacaron del vientre con un cuchillo. Ahora es él quien protege a las
embarazadas y a los nonatos¿Entiende?”-agregó.
Luego pulsó el timbre con insistencia y fuertemente aferrada al
pasamanos para protegerse de los sacudones del colectivo añadió: -“Él nunca nos
abandona.”
La observó descender con más
rapidez de la que hubiera imaginado,abrir
su paraguas azul y alejarse por las veredas rotas y desparejas.
Ella bajó en la parada siguiente.
Caminó bajo la llovizna
persistente absorta en sus pensamientos y, sin saber por qué, giró sobre sus
pasos.
Cuando quiso darse cuenta ya estaba
de rodillas, envuelta en el
silencio de la Parroquia de San
Ramón Nonato y entregada a la oración .
Allí rezó por ella, por los suyos, por todos.
Fue una oración silenciosa, húmeda
y esperanzada como la de la llovizna de ese día que abría la tierra a la posibilidad
de la nueva simiente.